martes, 10 de febrero de 2009

Hermanas de sangre X

Freya despertó con el sonido de la puerta de la entrada. Se levantó bruscamente, desorientada, sin saber si estaba en la cama, en el sofá, en su propia casa… Con las prisas, la manta se enredó a sus pies y la hizo tropezar. Cayó al suelo de bruces, aunque tuvo el tiempo suficiente como para poner delante los brazos y amortiguar el golpe. Sintiéndose una idiota, vio cómo se le acercaba Sury para lamerle la cara. De pronto estalló en carcajadas, asustando a la gata. El animalillo dio un respingo y se alejó con cautela. Freya se levantó con dificultad. A pesar de las punzadas en su cabeza, se sentía bien. Se acercó a la habitación, pero todo lo que encontró fue la cama recién hecha: Graciela se había ido. Algo en su interior se rompió. Le habría gustado que se quedase. Pero entendía que era lo mejor que podría hacer. Recordó la sensación de la noche anterior, la había sentido acostada a su lado, respiraba profundamente, dormida… Había visto sus labios… Había besado sus labios. Se sacudió la cabeza. Nunca se había sentido tan confusa. Ni siquiera le había pasado cuando Helena se había empeñado en presentarle al “amor imposible de su vida”.

Helena la esperaba a la salida de la facultad, más guapa de lo que jamás la había visto desde que había empezado a salir con ella en serio. Podía darse cuenta de la expectación que la hermosa mujer levantaba entre sus compañeros de la universidad. Los hombres se volvían a verla, apoyada sobre el capó del flamante descapotable. Las mujeres pasaban cuchicheando, sin duda con envidia. Entonces la vio y apartó ligeramente las gafas de sol, dejándolas colgadas de su perfecta nariz. Dejó ver la fantástica sonrisa que siempre la había cautivado. Sabía que en ese preciso instante no podría negarle nada.

-Hola, mi amor.

Algunos de los estudiantes se volvieron para ver quién tenía la suerte de poseer a una mujer como aquella. Freya enrojeció cuando se sintió blanco de las miradas, pero no se amedrentó, se acercó a Helena y la atrajo hacia sus brazos para besarla. Sería la comidilla de todo el campus, pero no le importaba. Sólo podía dejarse llevar y sentir sus labios y su cuerpo pegados a los suyos. Cuando se separaron, Helena le sonrió con dulzura.

-¿Vendrás conmigo?

-A donde haga falta, mi vida.

-He quedado con Graciela.

Freya entendió el despliegue de medios. Apretó las mandíbulas, sintiéndose utilizada y engañada. Pero Helena le apartó un mechón de pelo del rostro y besó con toda la dulzura del mundo sus labios, con calma, con amor… Y el enfado de Freya se diluyó como si fuese azúcar en el agua hirviendo.

-No te voy a obligar. Es sólo que me gustaría que las dos personas más importantes de mi vida se conociesen.

Freya suspiró. No podía negarse, realmente no podía. Acarició la mejilla de su amante y le guiñó un ojo mientras dibujaba con sus labios una enorme sonrisa.

-Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Helena la abrazó, como si fuese una niña a la que acaban de darle su capricho. Cogió la mano de Freya y depositó algo en su palma al mismo tiempo que volvía a besarla. Con una sonrisa arrebatadora, se apartó de ella y se fue hacia el coche. Freya abrió la mano y se encontró las llaves del piso y del coche de Helena. La miró con un gesto de confusión.

-No son mis llaves, por si te lo preguntabas. Son las tuyas, mi niña. Y te toca conducir.

Entró en el coche por el lado del acompañante. Freya siempre había querido conducir ese descapotable. Le costó reaccionar. Hasta que Helena no tocó el claxon del coche, no pudo moverse. Se reunió con ella en el interior del coche y metió las llaves en el contacto.

-¿A dónde, señorita?- preguntó con voz grave e impostada.

-Arranca. Yo te dirijo.

Y con un escalofrío que no podía atribuir por entero ni a la potencia del motor que comenzaba a rugir ante ella ni a la voz sugerente de la mujer a la que amaba, puso la primera e hizo de tripas corazón. Iba a conocer a su principal rival.

viernes, 9 de enero de 2009

Hermanas de sangre IX

- ¡Nooooooooo! – Freya se despertó con un grito mental que no llegó a emitir a través de su poderosa garganta. Como en el sueño, sentía la boca seca y la lengua pastosa. Estaba empapada en su propio sudor, que emanaba cierto olor dulzón debido al exceso de alcohol que había ingerido. ¿Un sueño o una pesadilla? Se preguntaba mientras llevaba su mano izquierda a la cara para retirar las gotas que humedecían sus ojos.

Se giró a la derecha para comprobar qué hora era en el despertador. Le costó descubrirlo, pues sus ojos todavía veían borroso debido a la mezcla entre sudor y posiblemente lágrimas. Observó con cierta desazón que todavía era de madrugada. Le costaba dormir… Así que sabía que ya no sería capaz de volver a conciliar el sueño.

El reloj era uno de esos de manecillas “anticuados”, como decía ella. A Helena le encantaban las cosas que todavía no habían entrado en la era digital. Recordaba la tonta discusión que habían tenido ambas cuando fueron a comprarlo. Helena le decía que era encantador, que el diseño encajaba muy bien en el apartamento que estaban decorando juntas y además era un “aparatejo” menos, como los llamaba Helena. Freya le rebatía protestando porque las manecillas no se veían muy bien, así que la utilidad básica del reloj no se vería satisfecha.

-Qué estúpida discusión… -Pensó, ahora, cuando ya era demasiado tarde empezaba a recordar momentos en los que había perdido el tiempo en riñas inmaduras con la mujer de su vida. - Debí aprovechar aquel tiempo perdido para abrazarla, excitarla y hacerle el amor una y otra vez apasionadamente. –Se decía para sus adentros.

Cogió el reloj con las manos y se volvió a tumbar boca arriba intentando descifrar la hora exacta. Entonces se dio cuenta… A su lado estaba Graciela, con los ojos cerrados y respirando profundamente… Freya sintió un golpe en el pecho y se avergonzó. Al verla entendió que, borracha, se había metido en la cama con ella. Tenía vagos recuerdos de haberse quitado la ropa bruscamente, así que levantó con cuidado las sábanas y confirmó que estaba en ropa interior… pero no sólo ella…

-Uf… - Freya soltó un suspiro silencioso tapándose la boca con la mano izquierda mientras sostenía todavía el reloj con la derecha. –Esto es demasiado para mí… -Pensaba girándose y colocando con sumo cuidado el reloj en su lugar original. Ya sin el reloj, se iba a llevar las manos a la cara cuando vio brillo de labios en la palma izquierda. Se llevo los dedos a sus labios y pudo sentir restos de la crema de labios con brillos de Graciela. No se lo creía… no podía ser… no podía haberla besado… tendría que existir otra explicación… quizá Graciela le había prestado la crema y se la había probado, pero ahora, con la luz blanquecina de la madrugada no lo recordaba… Sí… tenía que ser eso… Pero entonces se giró a mirar a Graciela… y mirando intensamente sus labios comprobó que el brillo había casi desaparecido… dejando la marca de lo que sin duda había sido un beso…

Ahora sí, ahora se llevó las dos manos a la cara y gritó a sus entrañas un “¿Qué cojones estás haciendo?”. Se sentía confundida… ya no sabía si el beso había sido a Graciela o a esa parte de Helena que tanto le recordaba a ella... Y el sueño era un claro indicativo de esa confusión... Ya no podía ocultarlo más... Graciela le despertaba de nuevo a la vida y al deseo sexual... No sabía qué decirse, no sabía qué contestarse si era por ella o por el recuerdo de Helena... A esas horas le daba igual... después de la borrachera le dolía la cabeza con la resaca como para semejantes actos heroicos de introspeccción.


La calidez y suavidad del cuerpo de Graciela en la cama podía con ella así que sensatamente se levantó con cuidado, cogió una manta del armario y se fue a pasar el resto de las horas que quedaban antes del amanecer al sofá con la esperanza de que Graciela no se hubiera dado cuenta de nada...


Sin embargo la chica, cuando sintió que Freya se acostaba en el sofá abrió los ojos. Se había estado haciendo la dormida... Fue ahora ella, la que se llevó los dedos a los labios recordando el sabor del beso de su amiga... Un beso mágico que la había despertado de la noche oscura del alma por la que estaba atravesando. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se estaba aprovechando de Freya, intentando suplantar a Helena? ¿Buscaba sentir todo lo que pudo haber sentido ella en vida y así llevar marcado su más cercano recuerdo? ¿Y su novio? Le quería con todo su corazón... No podía seguir así. No de esa manera tan inconsciente y confusa.


Graciela se prometió que cuando entraran los primeros rayos de sol a través del estore veneciano de la habitación recogería sus cosas y se iría de allí.


jueves, 8 de enero de 2009

Hermanas de sangre VIII

Freya despertó con el desagradable sabor del alcohol en su boca. Sentía como si tuviese una pasta sobre la lengua que le impidiese incluso abrir la boca. Se dio la vuelta para quedar boca arriba. ¿Qué hora sería? Miró su muñeca y el reloj le anunció que pasaba de la una del mediodía. Se sobresaltó y se incorporó, buscando a su lado el calor del cuerpo desnudo que había dormido con ella. Los recuerdos se confundían. Juraría que antes de dormirse había besado a Helena. Claro que eso era imposible. Y sin embargo el sabor… A su lado no había nadie. Quizás lo había soñado. Pero… ¿y Graciela?

Se levantó haciendo un gran esfuerzo y cubrió su cuerpo con una enorme camiseta de un grupo de rock que encontró doblada en el armario. Le gustaba pasearse así por casa, aunque dudó si ponerse o no unos pantalones por si Graciela no se había ido. Al salir al salón, la gata se enroscó mimosa alrededor de sus piernas. A punto estuvo de hacerla caer.

-Eh, mimosa. Con cuidado.

La cogió en brazos y olisqueó el ambiente. Reconocía el olor que provenía de la cocina. Lo conocía demasiado bien. Asustada, se asomó con la gata agarrada a su pecho, con la curiosidad pintada en su rostro. Graciela estaba de pie ante los fogones, con el mandil de Helena, con el mismo gesto de concentración que ella. Removía el contenido de una olla con una cuchara de madera. En un gesto excesivamente sensual, se llevó la paleta a los labios, sopló para enfriarlo y lo probó. Esbozó exactamente la misma sonrisa de satisfacción que Helena solía poner en esos casos. Freya no fue capaz de superar su asombro. Apretó un poco más contra ella el cuerpecito de la gata, que dejó escapar un pequeño maullido de queja. Graciela se volvió hacia ella con una sonrisa.

-Buenos días, amor. ¿Qué tal has dormido?

Freya no podía creerlo. Si no supiese la verdad, juraría que aquella mujer era Helena. Pondría la mano en el fuego. Sus gestos, su mirada, sus palabras… Permaneció rígida, sin soltar al animal de entre sus brazos y sin decir ni una sola palabra. A Graciela no pareció importarle, continuó moviéndose con desenvoltura por la cocina.

-¿Me haces un favor, cariño?

Freya levantó una mirada inquisitiva hacia ella, que sonrió con dulzura y se acercó de nuevo la cuchara a los labios para enfriar su contenido. Freya comenzó a ponerse nerviosa. Realmente Graciela la excitaba, pero algo extraño estaba sucediendo. Finalmente se encontró la cuchara de madera ante su propia boca. Vaciló.

-Necesito que lo pruebes y me digas si le falta algo.

Sin apartar la vista de los enormes ojos claros de Graciela, rodeó con los labios la cuchara y vació su contenido con la lengua. Pudo apreciar en los ojos de su amiga el mismo destello que refulgía en Helena siempre que le pedía que probase la comida. Sabía que justo después de esa petición venía un beso. Se atragantó al pensarlo y comenzó a toser violentamente. Dejó caer a Sury al suelo, que se alejó asustada. Graciela dio unos golpecitos sobre la espalda de Freya, hasta que esta dejó de toser.

-¿Estás bien, cariño?

-Sí- consiguió articular-. Creo que pondré la mesa.

-Saca una botella de Lambrusco de la nevera, amor.

Freya la miró más sorprendida todavía. Sabía de sobra que Graciela casi nunca probaba el vino.

-Sienta muy bien con esta comida.

-Pero Graciela…

-¿Graciela?

jueves, 9 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VII

Freya repasaba la lista que había redactado en casa. Lo cierto es que Graciela la había hecho reaccionar. Ahora que ella no quería salir de la casa de Helena, tendría que empezar a cocinar para dos. Para tres si no olvidaba la comida de la gata. Tachó el objeto de la lista mientras lo metía en el carrito del supermercado. Graciela la ponía nerviosa, muy nerviosa. Era obvio que se sentía atraída físicamente por ella y no pensaba estar capacitada para ayudarla. Siempre había sido un poco arisca con la gente. La única capaz de conectarla con el mundo había sido Helena. Y se había ido...

Sacó la tarjeta y pagó el astronómico precio de todas las provisiones. A Helena siempre le había gustado tener la casa llena de comida. Como Freya era la que disponía de más tiempo, se había acostumbrado a comprar siguiendo las indicaciones de su mujer. Pero esta vez, ella misma había tenido que recordar. Y esta vez era ella quien tendría que desempolvar sus dotes culinarias. Disponía del tiempo suficiente. Quizás Graciela sólo necesitase su compañía. Eso podía dárselo. Aunque en el pequeño piso sólo había una cama y un sofá. Y era obvio que la cama era el terreno para la dolida amiga de Helena. Puso la mano sobre su espalda y la arqueó ligeramente. Al sentir cómo estallaba, dejó escapar un suspiro. Ese sofá acabaría con ella.

Trasladó las bolsas al coche con el carro. No le gustaba coger el 4x4 de Helena, pero sin él, hacer esa compra habría sido imposible. Nunca le habían gustado los coches y por si fuera poco este conservaba el olor de su amante. Al sentarse cerró los ojos y aspiró su aroma. Pensó en ella. Siempre que subía al coche se revisaba el maquillaje en el espejo retrovisor. Luego la miraba, le guiñaba un ojo y movía los labios dibujando las palabras que tanto le gustaban: "te quiero". Se mordió el labio para no llorar. Era una chica dura. Se las arreglaría. Saldría adelante aunque toda su vida se hubiese esfumado con ella.

Llevó el coche hasta el garaje. Pensó en avisar a Graciela para que le ayudase a subir las bolsas, pero recordó su imagen, estirada sobre la cama, sollozando en silencio y agarrando entre sus manos las sábanas, embriagándose del aroma de Helena. A veces se cuestionaba quién de las dos había perdido más... Tardó prácticamente 20 minutos en subir las bolsas ella sola. Pero no le importó. El esfuerzo físico siempre había conseguido dejar su mente en blanco. Y ahora, más que nunca, lo necesitaba.

No quiso molestar a Graciela y directamente se metió en la cocina. Mientras iba guardando cada producto en su lugar correspondiente, se le ocurrió abrir una cerveza. Nunca le habían gustado demasiado. Ella era más de bebidas fuertes como el tequila o el vodka. Pero Helena adoraba la cerveza y el vino. Y era imposible negarse a probarla cuando era ella quien te la ofrecía. Recordó aquella primera vez, el día que la había conocido.

El local estaba casi vacío. Freya ponía sus pies por primera vez en un antro de ambiente. Con sus 17 recién cumplidos, por fin aparentaba la edad suficiente para pasar. Su pose desgarbada, su ropa negra ancha y su cara afilada le habían permitido engañar a la enorme portera. Lo cierto es que siempre había aparentado más edad de la que tenía. Todo lo contrario que Helena... Cuando la vio por primera vez, la ejecutiva con su traje de raya diplomática daba vueltas a una cerveza de importación entre sus manos, mirándola como si no existiese nada más en el mundo. A pesar de la elegancia, del pelo recogido en una trenza perfecta, de las gafas de aspecto caro y discreto, del porte que demostraba... En su ignorancia, Freya sólo le calculaba unos cuatro años más de los que ella misma tenía. Y con la decisión que le daba su inocencia, se lanzó a la barra, ocupando el lugar a su lado. Helena levantó la vista y la miró con sus ojos penetrantes. Levantó la mano hacia la camarera, mostrando dos dedos. Apartó de si la botella de cerveza medio vacía y tomó las dos que la camarera le ofreció. Puso una de ellas ante la atónita mirada de Freya.

- No me gusta la cerveza- comentó sorprendida la niña-. Prefiero algo más fuerte.

- No la has probado, cariño.

Sus palabras la transportaron al paraíso. Jamás había escuchado una voz así. Se tomó la cerveza, encontrando una placentera sensación en la idea de que los labios de su interlocutora tendrían el mismo sabor. De pronto, se dio cuenta de que no era capaz de centrar su mirada en otra cosa que no fuesen esos labios carnosos que se movían lentamente, acompañando a la voz suave y melodiosa. Pasaron media noche así, Helena hablaba y la chiquilla escuchaba embelesada, sin ser capaz de separar la vista de su boca.

- ¿Quieres que vayamos a otro lado?

La oferta de Helena la pilló desprevenida. Sin embargo, antes de darse cuenta, ya se había levantado y se había dejado guiar por ella hasta la puerta. Ni siquiera llegaron al coche. En el aparcamiento no pudo soportar más la tentación, la curiosidad, la pasión... Empujó suavemente a Helena contra una de las paredes y acariciando su rostro, acercó sus labios a los de ella.

Recostada en el sofá, con la gata sobre sus rodillas, se llevó la cuarta cerveza a los labios, tratando de recordar el sabor de Helena. Pero ya no estaba allí, había desaparecido. Suspiró cuando la botella le descubrió que estaba vacía. Necesitaba dormir un poco, necesitaba irse a la cama. Apartó a la gata con un pequeño empujón y se levantó tambaleándose. Entró en la habitación librándose de la chaqueta y la camiseta al mismo tiempo, luego dejó el pantalón a un lado y se deshizo de cadenas y pulseras. Estaba borracha, podía sentirlo. Se dejó caer en la cama y apartó el brazo que encontró por el camino.

- Déjame un hueco, mi niña- susurró en la oscuridad, acariciando la espalda desnuda-. Creo que he bebido demasiado.

- Tranquila, descansa- susurró una voz más aguda que la de Helena en su oído-. Mañana será otro día.

Antes de dormirse, Freya levantó la cabeza y alcanzó con su boca unos labios que le regalaron el dulce sabor del recuerdo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VI

(Me lo estás poniendo muy díficl Any... estás mejorando a pasos agigantados y yo estoy algo oxidada... Vamos a ver qué puedo hacer ahora que empiezo a arrancar de nuevo...).

La habitación de Helena... Graciela cerró los ojos... Aún podía percibir el olor de su difunta amiga en aquel lugar... Le gustaba usar colonias con olor a madera y vainilla... Con su mente dibujaba cómo se reía cuando decía que dentro de ese cuerpo occidental había una alma oriental al que le gustaría perderse en las mil y una noches...

Graciela sabía que esa era una caracteristica que enamoraba locamente a Freya. ¿Y a quien no? Helena era dulce, elegante y muy sensual, como si de una bailarina de ensueño se tratara... Sin duda, si le hubieran gustado los hombres, ella misma tendría celos de presentársela a Javier.

Un rayo de luz entraba disimuladamente en la habitación iluminando el rostro de la muchacha absorta... Sentada encima de la cama... Con Freya mirándola y apretando con fuerza una taza de café. Aguantando la respiración, aguantando las lágrimas para no interrumpir a la que había sido la mejor amiga de su novia. Cual imagen y sentimiento escapados de un paisaje de otro mundo, Freya sólo quería disfrutar de aquel espectáculo.

- Seguro... seguro... que ese rayo de luz que está iluminando la cara de Graciela ahora mismo es parte del alma de mi tierna Helena... La está consolando... tiene que ser eso... sólo puede ser eso... no es posible otra explicación... estoy contemplando la divinidad de mi queridísima Helena... que tanto amaba a su amiga. Déjame estar así, Helena, déjame contemplar tu alma hermosa para siempre...

- ¡Riiiing! ¡Riiiing! ¡Riiiing!

Sonó bruscamente el teléfono y, mientras se devanecía aquella luz mágica, Graciela y Freya abrían los ojos a la realidad. Del susto, Freya soltó la taza que fue a parar al suelo en forma de mil pedazos. A la gata le gustaba el café, así que no tardó en sacarle el máximo provecho al descuido de su ama. El teléfono abría de nuevo la puerta al dolor de una ausencia donde ni siquiera el vacío tenía cabida.

Freya se dirigió hacia el teléfono, aunque intuía quién sería.

-Hola Javier... Tranquilo, la encontré de madrugada sentada en el parque donde se conocieron... Pasó el resto de la noche y todavía se encuentra aquí.

Graciela se levantó de un suspiro y de forma automática cogió el teléfono. No le interesaba lo que Javier quería decirle, sólo necesitaba que la dejara tranquila. Ella estaba bien, ella estaba muy bien...

Al otro lado del teléfono con una voz masculina pero dulce, Javier intentaba traspasar la burbuja en la que se había cerrado Graciela.

- Cariño... Por favor... Sólo te ruego que te cuides... Helena no querría verte así... sin tu sonrisa... sin la sonrisa de la que se enamoró... Helena se enamoró de la vida que había en tí... Yo me enamoré de la vida que hay en tí... Necesitas ayuda... Cuando te sientas dispuesta... Dímelo e iremos a ver a un especialista. Mientras, yo seguiré haciendo vida normal. Tengo toda la fé del mundo en tí y en que podremos superar esto juntos, mi vida. Te quiero...

Graciela volvió a cerrar los ojos. Últimamente permanecían más tiempo cerrados que abiertos... En el fondo de su corazón sabía que tarde o temprano tendría que volver a coger las riendas, pero ahora no... ahora no quería... y apareció en su mente el recuerdo de cuando Helena conoció a Javier... Habían quedado a cenar todos juntos. Javier sabía que a Helena le gustaban las mujeres y que en particular le gustaba Graciela. Le parecía una situación simpática, pero también le daba pena por Helena. Él sabía muy bien qué era estar enamorado de una mujer que jamás le correspondería.

Sentados en aquel restaurante, Javier y Helena se miraban intensamente. De repente, totalmente fuera de la conversación que llenaba sus bocas, Helena le dijo a Javier: "Como le hagas sufrir te juro que te mataré". Graciela había abierto los ojos de par en par sorprendida ante tal fuerza interior y determinación. A Javier se le había secado la boca en el instante en el que escuchó la crudeza de unas palabras que demostraban hasta qué punto Helena sería la protectora de Graciela. "Te lo prometo, te juro que jamás le haré sufrir, pase lo que pase". Él era un hombre valiente, no se amedrentaba ante semejante acto de coraje demostrado por aquella mujer. Ya llevaba tiempo pensando en convertir en su esposa a Graciela, quería tener hijos con ella y vivir una vida en paz y felicidad a su lado. Todavía no era el momento de decírselo, sabía que Graciela necesitaba más espacio, así que se lo guardaría en el corazón hasta que la vida le diera la pista.

- Jajaja... - Reía Graciela.
- ¿Qué te pasa? - Preguntaba Freya.
- Nada... es sólo un recuerdo... cuando les presenté, a Javier y a Helena.
- Oye, Graciela... ¿no tienes que trabajar? ¿No sería mejor que volvieras a tu casa?
- No... y no... - Qué profundidad acompañaba a esas dos sílabas... Una profundidad que acongojó a Freya.
- ¿Y qué piensas hacer? -Freya empezaba a estar preocupada por Graciela, veía que no quería despertar de aquella pesadilla...
- No lo sé... supongo que seguiré cerrando los ojos...

viernes, 11 de julio de 2008

Hermanas de sangre V

(No dejaremos que se pierda la historia en el olvido.)

Graciela paseaba por las oscuras calles de la ciudad. Ni siquiera sabía por qué había reaccionado así ante las caricias de Javier. Ella misma era consciente de lo rara que se sentía, de lo extraño que era todo. Del vacío que se había abierto en su pecho con su falta. Suspiró y se sentó en el primer banco que encontró, en un pequeño parque. No se había dado cuenta, pero sus pasos la habían llevado al lugar favorito de Helena. Aquel era el parque donde se habían conocido, donde su amiga se había enamorado de ella al verse día tras días, donde le había confesado sus sentimientos justo antes de besarla… Repasó sus labios con la punta de los dedos. Las lágrimas se desataron de nuevo entre sollozos de dolor. Siempre había tenido que disculparse por no poder quererla de esa manera. Pero a Helena no le había importado. Se había quedado a su lado, apoyándola, dándole todo su amor sin exigir jamás nada a cambio.

Sus recuerdos volaron a la habitación de un hospital. Tras la caída, un helicóptero la había recogido y la había llevado al hospital. “En coma” escuchó de boca de los médicos; “muy grave, probablemente no se recupere”…

Su cuerpo comenzó a convulsionarse al no poder contener por más tiempo el llanto. Apenas se dio cuenta de que ya no estaba sola. Unos brazos fuertes rodearon sus hombros y el olor a tierra húmeda invadió todos sus sentidos. Respondió al abrazo sin tener que mirar quien era, lo sabía muy bien, podía reconocerla con cada fibra de su cuerpo. Conocía a Freya tan bien como la había conocido Helena. Y se fundió en el abrazo, dejándose levantar, caminando sin preguntar, hacia alguna parte no muy lejana.

***************************

Se despertó con el ruido de la puerta. Se incorporó confundida. Miró alrededor, pero la oscuridad no le permitía reconocer nada, aunque todo le resultaba vagamente familiar. Acarició su cuello, le dolía la garganta de haber llorado tanto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que apenas estaba vestida. ¿Qué había hecho? Se levantó asustada y buscó algún interruptor o las contras de una ventana que arrojasen algo de luz sobre su situación. Pero fue la puerta de la habitación lo que se abrió, descubriendo al instante todo un cuarto conocido y la figura de Freya, que había aparecido con dos tazas de café en las manos. Al ver a Gabriela en pie, semi desnuda, se volvió violentamente con el rostro encendido de vergüenza.

- Lo siento- susurró-. Pensé que todavía estabas dormida.

- No pasa nada… Me asusté… No recordaba nada de anoche.

- Oh- Freya pensó en la situación que Gabriela debía haber imaginado y enrojeció todavía más-. ¡No pasó nada! Te encontré en el parque y te traje a casa. Yo he dormido con Sury en el sofá.

Ambas sonrieron ante lo ridículo de la situación. Gabriela recogió su ropa de la silla en la que estaba colgada y comenzó a vestirse. Los ojos de Freya no podían evitar lanzar alguna mirada de soslayo. Le había costado menos superar los celos al conocer a Gabriela. Lo cierto es que ella misma no podía evitar sentirse atraída por esa preciosa mujer, de apariencia frágil y elegante. Tenía un encanto innegable con el que se la había ganado nada más conocerla.

- ¿Y qué hacías en el parque ayer? – la voz de Gabriela la arrancó de sus pensamientos.

- ¿Eh? - se volvió justo para verla señalando la cremallera de su vestido.

- El parque- repitió-. ¿Qué hacías ayer por allí?

- Oh- se acercó vacilante, sujetando con manos temblorosas el pequeño trozo de metal y rozando por accidente su piel suave y tersa-. No podía dormir. En realidad no podía hacer nada… Así que salí. Y sin saber cómo estaba allí. Tú estabas allí. Y tal como estabas… Mi casa estaba más cerca.

- Ya – se volvió cuando Freya terminó de subir la cremallera, la miró a los ojos y se acercó, poniéndose ligeramente de puntillas y besando tiernamente su mejilla-. Gracias.

- No fue nada- Freya salió de la habitación nerviosa y levantó la voz para que su amiga pudiese escucharla-. Deberías llamar a Javier. Estará preocupado.

Pero Gabriela ya no la escuchaba. La habitación continuaba en una semipenumbra que invitaba a los recuerdos. La habitación de Helena…

domingo, 17 de febrero de 2008

Hermanas de Sangre IV

Caminaban casi a oscuras por un sendero angosto y escarpado. Alguna dijo que deberían dar la vuelta, pero hasta aquello era difícil ahora. Estaban cansadas y sólo querían volver a la cabaña, al calor del fuego de la chimenea. Quedaba poco para llegar al final del acantilado que bordeaba el río. Pero el cansancio hizo mella en Graciela, que llevaba la delantera. Resbaló y se precipitó hacia el borde. Helena fue la primera en reaccionar. Se soltó de su agarre y se abalanzó al suelo para sujetar la mano de su mejor amiga. Freya se agachó enseguida, pero con cautela, intentando apoyarse con la suficiente seguridad como para subir a ambas de nuevo al camino. Entre las dos, consiguieron levantar a Graciela y asentarla junto a la fría pared de piedra. Respiraba con dificultad y temblaba por la impresión. Las tres jadeaban sonoramente.

- Ha estado cerca- murmuró Helena-. No vuelvas a darme un susto así.

- Lo siento- Graciela bajó la cabeza, avergonzada-. Si no hubiera sido por ti...

- Sabes que nunca dejaría que te pasara nada.

Se miraron con ternura. Freya apartó la vista. Había aprendido a dominar sus celos a duras penas. La relación entre Helena y Graciela era demasiado estrecha como para sentirse a salvo. Sabía de sobra que en el momento en que Graciela lo desease, Helena correría a tumbarse a sus pies.

- Sigamos adelante- propuso Helena tras un breve descanso-. Tengo tantas ganas de llegar a casa...

Comenzaron a andar de nuevo, pero un grito las hizo volverse. Parte del suelo había cedido, arrastrando a Helena con él. Freya estaba demasiado lejos para reaccionar a tiempo. Graciela saltó de inmediato a dar la mano a su amiga, pero Helena pesaba más de lo que ella podía soportar.

- Aguanta, cielo- susurró Graciela haciendo un esfuerzo-. ¡Freya, por dios, ayúdame!

La tierra continuaba cayendo, cada vez en mayor cantidad... Pronto Ambas se verían arrastradas si no hacían algo rápido. Helena miró a los desesperados ojos de Graciela y sonrió con una expresión mezcla de ternura y dolor.

- No voy a dejar que te pase nada, cariño.

- ¿Qué estás diciendo?- volvió la cara, abrumada por las palabras de su amiga- ¡Freya!

- Te quiero.

Y Helena soltó la mano que la sujetaba, precipitándose al vacío.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!


Graciela despertó empapada en sudor. Javier la miraba desde el otro lado de la cama, asustado y consternado. Suspiró cuando la vio abrir los ojos y trató de acariciarle la espalda. Pero ella se apartó bruscamente, como un animal herido.

- ¡Déjame!

Mientras ella se vestía él permaneció inmóvil. Nunca la había visto así y empezaba a asustarse. Él no era un hombre de acción, ni siquiera de palabras. Se había quedado en blanco y ya no sabía qué hacer para consolarla. Así que la dejó marchar a las 4 de la madrugada, frustrado por su propia impotencia.


(Bueno... Empezamos a definir caracteres... Va a ser difícil que no los dualicemos... A ver qué tal se nos da ;) )